Me recuerdo, perfectamente, de las paredes de 1,50 de espesura, con un ventanuco hecho de cristal de arena de playa, del colchón del siglo 15, los cortes de luz, agua pingando por toda parte, tenían problemas de humedad crónicos.
Nos levantamos a las 6 y 15 de la mañana, junto con los monjes, que carraspeando y tosiendo, se dirigian a la misa de matina, por corredores de piedra oscuros y frios. La misa era cantada en Gregoriano, creo que la edad media, nunca estuvo tan cerca de mí.
Luego, las tareas, lo primero, el simpático Pablo nos recordó - Orare et laborare- después me puso una hazada en las manos y me mandó cavar un paso de tubos para una granja de vacas que existe dentro del monasterio, tenía unos 70 metros de longitud, llevaba 3 hazadas rotas 4 horas después, mejor nos pusieron a lavar los platos de todo el monasterio, tarea que realizamos Roberto y yo, encantados, entre chistes y bromas, se nos ocurrió de ir a la fiesta del pueblo (al segundo dia) actividad que no era muy compatible con la vida de los monjes, al tercer día, pedí por favor para salir, para atender una grave dolencia de mi madre, que claro, no existía.
La comida, era maravillosa, me acuerdo de la menestra de verduras incomparable, la cuajada fresca con miel de fabricación propia, toda aderezada por lecturas de los frailes. Otras cosas, menos agradables, eran los instrumentos de tortura para los que querian esconder los deseos de la carne, con sentimientos de tortura, que eran usados, camas con puntas, sillas que te agredian con picos un horror.
Roberto y yo, descubrimos a los 16 años, tomandonos cañas a la salida del bar y comiendo tortilla de aldea, que nuestra vida, no era de frailes, y realmente la vida espiritual, no se descubre dentro de conventos, mas bien, para mi la experimento en el ahora de el mundo real.
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