domingo, 14 de marzo de 2010

Mi aventura en el monasterio de Sobrado dos Monxes

Aun me recuerdo, de cuando tenía 16 años, buscaba retos, me atraía la vida de ermitaños, místicos como San Juan de la Cruz, y mi amigo Roberto y yo, decidimos un agosto de 1983 internarnos en un convento, el que conocíamos mas cerca era Sobrado dos Monxes, y para ahí nos fuimos. Alguien, conocía a Pablo, un monje, que tenia relación con el exterior, hombre experiente, amable que nos recibió, y nos advirtió, que para ingresar, deberiamos tener el servicio militar cumplido, y no menos de 21 años. Aun así, nos recibió, nos dió un cuarto, una comida maravillosa y nos citó para las 7 de la mañana siguiente, para así integrarnos en la vida del convento.
Me recuerdo, perfectamente, de las paredes de 1,50 de espesura, con un ventanuco hecho de cristal de arena de playa, del colchón del siglo 15, los cortes de luz, agua pingando por toda parte, tenían problemas de humedad crónicos.
Nos levantamos a las 6 y 15 de la mañana, junto con los monjes, que carraspeando y tosiendo, se dirigian a la misa de matina, por corredores de piedra oscuros y frios. La misa era cantada en Gregoriano, creo que la edad media, nunca estuvo tan cerca de mí.
Luego, las tareas, lo primero, el simpático Pablo nos recordó - Orare et laborare- después me puso una hazada en las manos y me mandó cavar un paso de tubos para una granja de vacas que existe dentro del monasterio, tenía unos 70 metros de longitud, llevaba 3 hazadas rotas 4 horas después, mejor nos pusieron a lavar los platos de todo el monasterio, tarea que realizamos Roberto y yo, encantados, entre chistes y bromas, se nos ocurrió de ir a la fiesta del pueblo (al segundo dia) actividad que no era muy compatible con la vida de los monjes, al tercer día, pedí por favor para salir, para atender una grave dolencia de mi madre, que claro, no existía.
La comida, era maravillosa, me acuerdo de la menestra de verduras incomparable, la cuajada fresca con miel de fabricación propia, toda aderezada por lecturas de los frailes. Otras cosas, menos agradables, eran los instrumentos de tortura para los que querian esconder los deseos de la carne, con sentimientos de tortura, que eran usados, camas con puntas, sillas que te agredian con picos un horror.
 Roberto y yo, descubrimos a los 16 años, tomandonos cañas a la salida del bar y comiendo tortilla de aldea, que nuestra vida, no era de frailes, y realmente la vida espiritual, no se descubre dentro de conventos, mas bien, para mi la experimento en el ahora de el mundo real.



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